sábado, 26 de abril de 2008

Fragmento de "Cartas a Gaviria" (II)


"... Sos un insolente, Gaviria. Cómo te atreves a pasar por mi casa sin saludar. No es que pase mi tiempo mirando por la ventana, no sé qué tenía de especial ese miércoles pero me senté allí, escondida por el árbol este que no me acuerdo cómo se llama. Recuerdo que hacía calor y había poca gente en la calle, uno que otro perro callejero y los usuales buses de cada cinco minutos. Tu figura la conozco demasiado bien, Gaviria. No es difícil de reconocer tu paciente caminar, tu espalda encorvada de manera leve y tu crespo y rebelde cabello. Pasaste caminando, con las manos en los bolsillos y la mochila cruzada. Miraste mi edificio sin detener tu marcha. Cuánto me hubiera gustado ver otra vez esos ojos oscuros que me descifraban tan bien. Tu mirada es difícil de describir, Gaviria, pero cómo la recuerdo, a tal punto que mi piel se eriza. Sé que con tus ojos recorriste las escaleras. Las únicas testigas presenciales de nuestras conversaciones. Sé que te acordás de todas esas mañanas en las que, sentados en mis escalones, discutíamos hasta llorar o nos besábamos hasta quedar sin aliento. Qué días esos, hombre, cuándo no era lo uno, era lo otro. Salvo esa tarde fría en la que llegaste cansado y yo también estaba cansada, y no dijimos más que hola, hola, cómo estás, bien y tu, bien. El silencio y el atardecer se apoderaron de nosotros y tus manos y las mías supieron llenar ese vacío. Extraño tus silencios, Gaviria. Silencios que estaban llenos de misterios y que, muchas veces, escondían dolorosas respuestas. Reconozco que callé muy poco, en ese entonces no había aprendido aún a escuchar en el silencio. Tus palabras sí que las escuché,  muchas de tus frases puedo decirlas hoy de memoria. Trato de no olvidarlas pues, dejame decirte algo, querido, tu imagen se me está poniendo algo borrosa..."

No hay comentarios:

Publicar un comentario