martes, 14 de mayo de 2013

Nuestros silencios

Se citaban en silencio, solo para verse en la distancia. Él iba con su novia de toda la vida, ella con la soledad de siempre. Él siempre buscando estar cerca de la ventana para buscarla en el reflejo. Ella en la mesa de la esquina para descansar su cabeza contra la pared después de escribir algunas líneas en su libreta.

Solo cuando su novia se retiraba al baño, ellos se miraban sostenidamente a las ojos durante un par de minutos. Había tantas preguntas entre ellos que era mejor no responderlas, no todavía, no mientras los pudieran interrumpir.

Ella siempre se iba primero. Lo único que disfrutaba de aquellas noches era que él la viera partir. Pero era un disfrute que saboreaba poco. De vuelta en casa, sentada en el sofa frío y con la estufa a media marcha se preguntaba por qué lo seguía haciendo, por qué se prestaba para ese terrible acto de voyerismo, por qué insistía en una relación que más que relación era una no-relación, un intercambio confuso un compartir de espacios sin sentido.

Esa noche decidió que nunca más regresaría y optó por guardar bajo llave las preguntas sin responder.  Lo difícil de tomar decisiones a media noche era sostenerlas al día siguiente, pero esta vez sería diferente, esta vez ignoraría la cita y lo miraría con su ausencia.

Temprano en la mañana sonó el timbre de su casa. Extrañada miró el reloj y quedó fría cuando miró a través del ojo de la puerta. Su  rostro y su ensortijado cabello componían un reflejo perfecto de lo que pasaba por su cabeza. Después de unos minutos de insistir en silencio ella abrió la puerta. Él la vio como se la imaginaba, ella hubiera preferido no verlo, no así, no tan cerca. Ella cerró la puerta, se dirigió a su habitación y se metió nuevamente entre las cobijas. Si había llegado el momento de enfrentar las respuestas sería allí, en el único lugar donde él nunca le había mentido.