viernes, 8 de noviembre de 2013

El pasado es un juego de memoria

Rompía las fotos pero no se deshacía de los pedazos. Los guardaba bajo llave, celosamente custodiados por la cerradura del segundo cajón de la mesa de noche. "Las emociones son más importantes que los momentos", decía abriendo la pequeña bóveda de su memoria. Al destapar aquella cajita llena de trozos de papel fotográfico podían verse bordes hechos con tijeras y bisturíes, otros habían sido rasgados o quemados y otros presentaban señales de mordidas. "Todos cuando tenemos rabia apretamos los dientes así que ya sabés que me hizo sentir el personaje del retrato". Se reía y mostraba esos enormes dientes torcidos que coincidían con la marca ubicada sobre el brazo derecho de un tipo flaco, alto y moreno que mira hacia el cielo azul de la playa en la que se encuentra. Ninguna foto estaba completa, los pedazos parecían fichas de varios rompecabezas mezclados. Rápidamente reconstruía los momentos, armaba personajes y hasta componía parejas que jamás llegarían a ser. "Los álbumes son una pérdida de tiempo. Son utilizados por quienes se aferran al pasado. Para mí el pasado es un juego de memoria y lo que gano al jugarlo es mantener mis sentimientos intactos". Recuerda todas las fechas, todos los nombres con dos apellidos, todos los lugares de cada disparo. Recuerda tantas cosas que por eso se toma la libertad de fragmentar su memoria, de llevarla al extremo e, incluso, de fabricar recuerdos y también olvidos. "Lo más difícil es no querer recordar, porque el no querer recordar implica que mientras los deseas te estás acordando de lo que no quieres recordar. Así que lo que hago es recortar, recortar - ¡Cómo se parecen esas dos palabras! - muy fino hasta que ya no se vea nada. Después me pongo a pensar en otras cosas, me distraigo con otras emociones que sí me gusten. Y al final pasa que, poco a poco, ese recuerdo se tira un clavado por fuera de tu memoria".

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Con la escoba tras la puerta

A veces, la inseguridad se sienta sobre ti mientras duermes, te agarra el cuello con sus cuatro manos y te arranca con violencia de tus sueños. Tú, te despiertas con los ojos más abiertos que de costumbre y sientes el terror de salir de tus cobijas, quieres huir de las miradas que te juzgan, de los ojos de adentro y de afuera que te observan sin espabilar. La inseguridad te ha dicho tantas cosas al oído que te sientes mareado con las preguntas que atiborran tu cabeza. Uno a uno afloran los miedos, lo políticamente correcto te pesa en el alma, las lágrimas te nublan la vista. Aún no amanece. Afinas el oído, aguantas por unos segundos la respiración y escuchas el ritmo calmo de su aliento. Inhala, exhala. Ese vaivén restablece poco a poco tus pulsaciones. La inseguridad te observa desde el techo a través de su enorme ojo, agazapada como una araña. Tú te dejas llevar por el cálido sonido del oleaje. Intentas sincronizar tu aliento con el suyo, te abrazas a su cuerpo. Logras conciliar el sueño. En la mañana la inseguridad ya se habrá ido.