Domingo en la tarde sin mi abuela
Querida abuela:
Hoy es domingo en la tarde, la ciudad está tranquila: poco queda del caos semanal.
Quienes aman el deporte han madrugado con una fuerza de voluntad envidiable y ahora descansan. Las amas de casa se han dado el lujo de no cocinar y ahora comen en algún restaurante. Los fanáticos del fútbol están en el estadio o frente a sus televisores. Quienes salieron a pasear preparan su regreso. Los estudiantes comienzan a sentir la terrible y típica sensación del rápido paso del fin de semana. Yo, pienso en vos...
La invasión de tu casa cada domingo y lo que ésta implicaba no es fácil de olvidar: la llegada de cada una de tus hijas con sus hijos y nietos, la instalación del equipo de sonido en la terraza, la preparación del “algo” y de la comida, la canasta de cervezas y la media de ron, la armada de la carpa para el sol, los disfraces y las imitaciones, los bailes exagerados y los chistes repetidos, los vecinos infiltrados y las visitas inesperadas, tus nietos pretendiendo cocinar, las fotos “in fraganti”, las carcajadas... tu alegría.
Es difícil asociar tu imagen de aquellos días a la que adquiriste unos meses después: frágil, triste, enferma... moribunda. No fue fácil comenzar un nuevo año sin vos, ni mucho menos disfrutar la algarabía de un 31 de diciembre sabiendo que yacías fría en un ataúd.
Aún se me llenan los ojos de lágrimas los domingos en la tarde cuando me encuentro acostada en mi cama y sé que no iré a visitarte. Trato de pensar con qué reemplazar el espacio: una ida a hacer deporte, una película en casa ajena o incluso en el cine, una “tardiada” con los amigos en algún parque, un partido de fútbol en el estadio, una clase de conducción dictada por mi mamá, un paseo de olla... o simplemente una tranquila lectura en casa.
Hoy es domingo en la tarde, la ciudad está tranquila: poco queda del caos semanal.
Quienes aman el deporte han madrugado con una fuerza de voluntad envidiable y ahora descansan. Las amas de casa se han dado el lujo de no cocinar y ahora comen en algún restaurante. Los fanáticos del fútbol están en el estadio o frente a sus televisores. Quienes salieron a pasear preparan su regreso. Los estudiantes comienzan a sentir la terrible y típica sensación del rápido paso del fin de semana. Yo, pienso en vos...
La invasión de tu casa cada domingo y lo que ésta implicaba no es fácil de olvidar: la llegada de cada una de tus hijas con sus hijos y nietos, la instalación del equipo de sonido en la terraza, la preparación del “algo” y de la comida, la canasta de cervezas y la media de ron, la armada de la carpa para el sol, los disfraces y las imitaciones, los bailes exagerados y los chistes repetidos, los vecinos infiltrados y las visitas inesperadas, tus nietos pretendiendo cocinar, las fotos “in fraganti”, las carcajadas... tu alegría.
Es difícil asociar tu imagen de aquellos días a la que adquiriste unos meses después: frágil, triste, enferma... moribunda. No fue fácil comenzar un nuevo año sin vos, ni mucho menos disfrutar la algarabía de un 31 de diciembre sabiendo que yacías fría en un ataúd.
Aún se me llenan los ojos de lágrimas los domingos en la tarde cuando me encuentro acostada en mi cama y sé que no iré a visitarte. Trato de pensar con qué reemplazar el espacio: una ida a hacer deporte, una película en casa ajena o incluso en el cine, una “tardiada” con los amigos en algún parque, un partido de fútbol en el estadio, una clase de conducción dictada por mi mamá, un paseo de olla... o simplemente una tranquila lectura en casa.
Hoy es domingo en la tarde, la ciudad está tranquila. Sólo me queda decirte: te extraño.