lunes, 23 de noviembre de 2009

Sé que se pasea por mis lugares, que escucha mis palabras, que lee mis escritos. Sé que está lleno de buenas intenciones. Sé que no responde a las reglas y que quisiera jugar con el tiempo. Sé que tiene un huequito en el que no encaja ninguna de mis fichas por más que yo quiera moldearlas una y otra vez. Sé que está lleno de música y de sonrisas. Sé que sus abrazos curan tristezas y que sus besos prenden fuego. Sé que hay algo especial en medio de los dos. Sé que me quiere y él sabe que yo lo quiero.

Pero por todas esas cosas que sé es que se me revuelven los pensamientos y se me clava una ausencia en el estómago. No, no es que sea paranoica ni mucho menos que disfrute de la tristeza. Es que hay una incertidumbre que me acecha y me roba las lágrimas. Es que hay una tremenda incapacidad de saber cómo actuar y un deseo profundo de retomar el cauce del río. Es que hay un amor inmenso que no quiero canalizar ni dosificar, que quiero entregarle con los ojos cerrados y las alas abiertas. A pesar de que también sé que él no está seguro de querer continuar este vuelo conmigo.

De nuevo

Fui y volví. Cambié, me encontré y te reencontré. Por ahora solo he pintado las paredes, pero volveré a habitar este lugar. No más telarañas en el Tabloide. Ya estuvo bien de esconderme de las palabras.

jueves, 12 de febrero de 2009


Hoy vi tu rostro en un somnoliento pasajero del bus del medio día, en un afanado transeúnte de la Avenida Oriental, en un ávido sudokista del periódico gratuito y en un estático vendedor de minutos. Un color distinto en mi cara por cada uno de ellos, un recuerdo borroso y pasajero del referente ante la duda del recurrente encuentro, un rasgo evidentemente érroneo en cada uno de los usurpadores. O se me está borrando tu retrato o tenés un rostro muy común y apenas me estoy enterando.

Ultimamente ando muy inquieta con el asunto de la memoria. Me sorprendo al escuchar los recuerdos de mis amigos de cuando eran pequeños, de sus momentos colegiales, de sutiles situaciones, y de un sinnúmero de hechos que me desconciertan. Tengo muy mala memoria.

Afortunadamente muchas de las cosas que se fugaron de mi memoria se convierten en divertidos relatos que, en boca de mis familiares y con las variaciones que cada uno de ellos le imprimen, me sorprenden una y otra vez.

Creo que tendré que llenar cuadernos con palabras, transformar los momentos en imágenes y amenizar mi vivir con canciones; agudizar mi olfato y mi tacto, profundizar mis emociones y reducir la velocidad. Sólo así podré asegurarme una memoria prodigiosa y vivir sin el temor de olvidar.