sábado, 26 de abril de 2008

Destino

Pablo arreglaba los cajones de su escritorio. Cosas olvidadas e inútiles, y otras no tanto, emergían de esos lugares oscuros. La mayoría de objetos y papeles terminaban en la bolsa que posteriormente estaría afuera de su casa esperando al carro recolector de basura. Un cuaderno argollado, con menos de 50 hojas, reposaba en el fondo del segundo cajón de la derecha, el único cajón que él cerraba con llave. Le llamó la atención el recelo con el que había guardado ese cuaderno durante quien sabe cuánto tiempo. La carátula de Los Simpsons lo hizo sonreír. Pasó las hojas y se encontró con su cursiva y mediana letra, a veces en textos azules, otras negros y uno que otro rojo. Se sentó en la cama y leyó. No eran escritos buenos, su actual conocimiento en creación literaria le permitía establecer ese juicio, pero estaban cargados de nostalgia y de recuerdos. No era necesariamente un diario, sino sólo un conjunto de escritos que podían dar cuenta de la evolución de su vida durante ese tiempo. Todos habían sido escritos varios años atrás, cinco quizá seis, cuando su vida sentimental parecía pasar por un buen momento. El que más le gustó estaba en tinta roja y decía:

No es posible que pueda decirme tantas mentiras y no creerme ninguna.
Son innumerables las veces que, sacando pecho, he proclamado que ella me importa un pito.
Ojalá, ojalá ya me la hubiera sacado de la cabeza, ojalá no me acordara tanto de su manera de hablar y de sus miradas de niña mala queriendo que yo me entere de sus intenciones.

Mentira.

Es verdad, cada vez que brindo digo que por el olvido, que ella se lo pierde y cuántas mierdas más. Pero qué va, si tengo más que presente su sonrisa, la suavidad de su piel y la sensación de jugar con su cabello.

Mentira.

Me he mentido también en todas y cada una de las noches en las que me he acostado en mi cama diciéndome que no escuchar su voz me duele cada vez menos, sabiendo que mi dolor aumenta cuando me imagino los susurros que me pudo haber dicho, las canciones que me pudo haber cantado y los escritos que me pudo haber leído.

Mentira.

Me miento para tratar de calmar el dolor, para no ver que la tengo colgada en las paredes y hasta debajo de la cama.

Al fin creo que todo lo que me pasa es mi culpa por creer lo único que no debí haberme creído: Que ella me quería.

Al terminar la lectura Pablo sonrío, "Como me hiciste sufrir, Anita", se dijo. Arrancó la hoja y se la metió en el bolsillo, guardó de nuevo el cuaderno y continuó con su actividad. "Para al final hacerme tan feliz", concluyó.

1 comentario:

  1. es extraño... casi podría hablarte, no de un cuaderno de los simpsons, sino de una libreta negra, fechada, si no estoy mal, en el 2008...

    mirar con esos ojos, pensar que escribia, a lo mejor no mal, pero si un tanto peor... y accionar la maquina del recuerdo para una ella de esas que hubo antes y que ahora no es más que eso... una ella...

    saludos.

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