jueves, 28 de agosto de 2008
Hablame al oído para que las palabras no se desgasten en el camino. Mírame a los ojos y deja que el silencio también me diga lo que sientes. Abrázame fuerte para quedarme con tu olor el resto del día. Tócame suavemente y deja que mi piel reaccione poro a poro. Deja que tus colores se mezclen con los míos y acordémonos del fijador para que no se laven con la lluvia.
sábado, 23 de agosto de 2008
Azúcar para tu Noche
Descalza camina hasta el balcón. Desliza el ventanal despacito para no despertar a los demás habitantes de su apartamento del piso 6. La noche es fría y el cielo está cubierto por una capa de niebla que apenas deja filtrar la luz de la luna. El celular vibra de nuevo, es la tercera llamada que muestra en la titilante pantalla un número tantas veces esperado. Contesta con la voz que le permite salir el taco de ansiedad que tiene instalado en la garganta desde que la despertó el aparato. Al otro lado de la línea se siente el mismo silencio de fondo pero es evidente que la voz que allá se encuentra sale sin problema. Un saludo corriente, allí con temblor, allá con decisión. Un "tengo algo que decirte" que viene y es recibido por unos ojos que se cierran con fuerza. Un "te escucho" que va y es recibido por un rostro que no se inmuta.
Beto estudia siempre hasta tarde, no tanto por su insomnio ni por su dedicación como por su capacidad de postergarlo todo. El informe de lectura está terminado y se siente incapaz de decidir si continuar con el ensayo de Opinión Pública o con el taller de Macroeconomía. En su computador suena Volver en versión Calamaro. Es la 1:37 de la madrugada y a Beto se le antoja un pedazo de la torta de chocolate del cumpleaños de Vero que aún debe estar en la nevera. Se quita las gafas, se frota los ojos y da vueltas en la silla de rodachines hasta que se termina el tango. En medias sale de su habitación hacia la cocina y mientras cruza la sala: "¡Jueputa!", la imagen de una persona en el balcón lo asusta. Reconoce a Sofía y se ríe aún con el corazón a mil. Sigue su camino, se parte un pedazo moderado para que no se note demasiado el hurto y se sirve un vaso de leche. Se sienta en la sala pensando en devolverle el susto a Sofía.
Un escalofrío la recorre. El discurso que viene del otro lado de la línea es más helado que la noche. Ella ha hablado poco porque sus palabras se han hecho lágrimas, él en cambio ha hablado demasiado porque su egoísmo se ha hecho fonemas. Le pidió que saliera de su vida, que la quería mucho pero que no podía tenerla cerca porque ya era feliz con otra mujer... Le dijo tantas cosas que el dolor le impidió seguir escuchando. Cuando allá demandaban una respuesta allí habían demasiadas preguntas. Ella susurró "está bien, adiós", el dijo "adiós, te quiero" y ella le respondió "dejá de ser hijueputa" y colgó. Se abrazó las rodillas y su cuerpo se hizo río.
Beto disfruta bocado a bocado de su antojo satisfecho. Observa la quietud de Sofía y piensa que tal vez está inmersa en una especie de meditación nocturna. Se toma la leche de una sola tanda y sobre su boca queda dibujado un bigote blanco. Entra a la cocina y lava el pequeño plato, la cuchara y el vaso. Cierra la llave y escucha un llanto. Va al baño, toma la caja de pañuelos y vuelve a la cocina, abre el congelador, saca el helado de chocolate y la crema de chantilly, toma dos cucharas de las grandes y a pesar del encarte logra deslizar despacito el ventanal para no despertar a los demás habitantes de su apartamento del piso 6. Se sienta al lado de Sofía, pone los elementos en el piso y la abraza. Beto pregunta si ha recibido malas noticias, ella responde "una despedida", patea el celular y saca algunos pañuelos para sacudirse los mocos y secarse las últimas lágrimas. Él le ofrece una cuchara y abre el helado, ella la recibe, agita la crema de chantilly, la acerca a los labios de Beto y presiona el regulador mientras dice "a tu bigote le falta carácter". Él se ríe, toma una cucharada de helado y la acerca a los labios de Sofía: "a tu noche le falta azúcar", le responde.
lunes, 11 de agosto de 2008
Dreamer
Chela no puede evitar fantasear cada vez que conoce a un hombre que le llama la atención. Se imagina toda una serie de encuentros afortunados, fructíferas conversaciones y variadas actividades. Siempre espera que sus imaginerías muten, así sea de manera mínima, en realidades dosificadas. Espera que tal vez alguno de esos seres cumpla con la característica principal que una adivina le dijo que tendría su esposo: artista; y que posea el gen que la misma adivina le predijo para su embarazo: gemelas.
Hace algunas semanas se decepcionó de nuevo del protagonista de sus últimos desvaríos mentales pero hoy un par de ojos azules la pusieron a soñar de nuevo. Con miedo, esta vez, porque no sabe hasta cuándo podrá seguir tejiendo ensoñasiones sobre los tristes y abandonados pilares que sostienen su realidad.
Hace algunas semanas se decepcionó de nuevo del protagonista de sus últimos desvaríos mentales pero hoy un par de ojos azules la pusieron a soñar de nuevo. Con miedo, esta vez, porque no sabe hasta cuándo podrá seguir tejiendo ensoñasiones sobre los tristes y abandonados pilares que sostienen su realidad.
domingo, 10 de agosto de 2008
Premonición
Estaban sentados en un parque de Buenos Aires a la sombra de un enorme y florecido jacarandá. Conversaban animados. Él con un dulce acento argentino -adquirido desde la cuna-; ella con su colombiano de nacimiento trastocado por seis meses de sonoridad gaucha.
La brisa primaveral soplaba con fuerza y desprendía, de cuando en cuando, una florecita lila del jacarandá. Ambos guardaban silencio, se miraban, jugaban con las manos y pasada la ráfaga uno de los dos reiniciaba la conversación.
Hubo un momento en el que a ella se le escapó un suspiro. No hubo viento. Allí comenzó el silencio propio de las despedidas. El se acercó a ella, la abrazó y disolvió la primera lágrima con su pulgar derecho antes de que ésta terminara de recorrer la mejilla. La miro a los ojos y le dio un beso en la punta de la nariz que la hizo sonreír.
- Yo siempre he estado buscando algo sin saber realmente que es. Ahora siento que lo he encontrado y vos hacés parte de eso... Pero no me puedo quedar...
- ¿Por qué?
- Porque tengo que volver a Medellín. No puedo dejar a mi familia así no más. Igual debo terminar lo que tengo empezado... Me faltan dos años de universidad. Cuando me gradúe, vuelvo.
- Nena pero podés estudiar acá también...
- Sí pero allá tengo quién me la pague y tengo trabajo, así podré ahorrar para volver.
- ...
- Yo sé que dos años son mucho tiempo. En dos años la situaciones cambian, yo cambio, vos cambiás... pero si realmente esto es lo que siempre he esperado, va a ser para mí.
Igual vos podrías ir alguna vez a visitarme... Yo a vos te quiero un montón y sé que todavía nos faltan muchas cosas por compartir...
Se abrazaron de nuevo, se dieron un beso con tintes de dolor, caminaron de la mano por las Barrancas de Belgrano y en la noche se despidieron en el Ezeiza.
Sólo dos días han transcurrido desde esa premonición.
La brisa primaveral soplaba con fuerza y desprendía, de cuando en cuando, una florecita lila del jacarandá. Ambos guardaban silencio, se miraban, jugaban con las manos y pasada la ráfaga uno de los dos reiniciaba la conversación.
Hubo un momento en el que a ella se le escapó un suspiro. No hubo viento. Allí comenzó el silencio propio de las despedidas. El se acercó a ella, la abrazó y disolvió la primera lágrima con su pulgar derecho antes de que ésta terminara de recorrer la mejilla. La miro a los ojos y le dio un beso en la punta de la nariz que la hizo sonreír.
- Yo siempre he estado buscando algo sin saber realmente que es. Ahora siento que lo he encontrado y vos hacés parte de eso... Pero no me puedo quedar...
- ¿Por qué?
- Porque tengo que volver a Medellín. No puedo dejar a mi familia así no más. Igual debo terminar lo que tengo empezado... Me faltan dos años de universidad. Cuando me gradúe, vuelvo.
- Nena pero podés estudiar acá también...
- Sí pero allá tengo quién me la pague y tengo trabajo, así podré ahorrar para volver.
- ...
- Yo sé que dos años son mucho tiempo. En dos años la situaciones cambian, yo cambio, vos cambiás... pero si realmente esto es lo que siempre he esperado, va a ser para mí.
Igual vos podrías ir alguna vez a visitarme... Yo a vos te quiero un montón y sé que todavía nos faltan muchas cosas por compartir...
Se abrazaron de nuevo, se dieron un beso con tintes de dolor, caminaron de la mano por las Barrancas de Belgrano y en la noche se despidieron en el Ezeiza.
Sólo dos días han transcurrido desde esa premonición.
jueves, 7 de agosto de 2008
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