lunes, 16 de septiembre de 2013

Quizá mañana

Se dormía pensando que al despertar le encantaría sentir su olor en la sábana y estiraría su mano para tratar de capturar algún cabello que se hubiera escapado durante la noche. Tal vez se quedaría despierto, agudizaría el oído e intentaría ubicar el recorrido dentro de la casa de sus descalzos y cuidadosos pasos. Se escabulliría hasta la puerta de la habitación para observarla en silencio: su pelo rojo iluminado por el sol, sus labios probando un humeante café, su camisa blanca que se abre caprichosamente con el vaivén de la brisa y revela las pecas en su pecho; sus piernas desnudas buscando calor, su libro de tapa dura y hojas color crema.

Le encantaría verla así. Silenciosa, ensimismada, visitante. Y poder quedarse solo con esa imagen, sin esforzarse por un antes, sin preocuparse por unos otros, sin preguntarse por un después.