lunes, 25 de febrero de 2008

Ambulancia

Imagen: www.fotolog.com/ang3l_ka1do
Busquen en el banco de lágrimas un litro de las cristalinas, suban a la señorita con cuidado a la camilla sin moverla demasiado para evitar que la hemorragia continúe, recojan el medio corazón que aún palpita y colóquenlo en la cobija térmica para mantenerlo tibio. Vigilen su respiración que hasta hace un momento era dificultosa. Llevemos ese CD de Fito Páez que hay en su grabadora y pongámoslo en la ambulancia para que tenga bonitos pensamientos. Al llegar al hospital, llévenla directo al quirófarno para hacerle una cuantas puntaditas en el corazón. Un beso en la frente, unas bonitas flores, globos de colores, torta de chocolate, tinto, un gatito, tarjetas de recupérate pronto, cuentos y abrazos de oso de su amigos, en su habitación, por favor.

La Bruja

Imagen: http://www.canal3.cl/septimallave/reportajes.html
Señor, usted está embrujado.

La verdad no sé con exactitud si fue víctima de una bebida con limadura de uñas en noche de luna muerta o si le aplicaron el hechizo de la manzana, el vaso de agua, la vela rosada, el puñado de tierra y la pluma, el caso es que, lastimosamente, hizo efecto.

Tenga en cuenta que en los asuntos del amor hay personas que les gusta jugar sucio, que actúan según la consigna: "El fin justifica los medios" y que eso implica, incluso, dominar los sentimientos ajenos.

Piénselo bien, tal vez la Bruja está jugando, no sólo con sus sentimientos sino también con los de la gente que usted aprecia.

Recuerde que usted tiene la libertad de elegir de que cadenas quiere ser esclavo, no permita que alguien lo encadene sin su consentimiento.

domingo, 24 de febrero de 2008

Adaptación

Espero no ver en tus ojos lo que quiero ver, sino lo que me querás mostrar.

Lía termina de arreglar su cama de edredón azul y se tumba sobre ella, boca arriba y expirando con fuerza, arreglar un cuarto que ha permanecido desordenado durante toda la semana no es una tarea fácil. Tararea en voz baja la canción de Alanis Morissette que sale de su grabadora y con los ojos clavados en una caja de cartón vacía al lado de su puerta, trata de convencerse de que es necesario utilizarla para sacar, de una vez por todas, el arrumo de cosas que hay debajo de su cama. El problema es que lo piensa demasiado. Su eterna lucha contra el apego no ha dado muchos frutos pero, por lo menos, han disminuido las veces en que se acuesta boca abajo con la cabeza en el borde y mira, en silencio y con una que otra lágrima, los objetos empolvados que reposan allí.



En los últimos días Lía se ha acordado menos de su relación anterior, aquella que terminó hace tres meses y que le dejó bonitas experiencias, habilidad para discutir y objetos inútiles; la razón de su progresiva recuperación es Siro, el mejor amigo de su hermano Martín.



Siro es un chico simpático, conversador, aventurero y algunos años mayor que Lía. De todas las veces que ha ido a la casa de Martín pocas se ha encontrado con ella, salvo durante las últimas dos semanas en las que ha estado trabajando hasta tarde con su amigo y han cenado los tres juntos. Martín sabe de sobra el interés que siente Siro por su hermana, pero prefiere tomar una posición de espectador antes de cometer alguna tontería.



Siro opta por actuar con prudencia, no quiere parecer acosador ni tomar el rol de paño de lágrimas de Lía, pero no pierde oportunidad de lanzarle una mirada coqueta. Está dispuesto a conquistarla y tiene buenas intenciones.



Lía, por su parte, no está muy segura de cómo responder a las señales de Siro antes de que lo hagan sus mejillas. Está interesada en él pero quiere que todo ocurra con calma, además necesita deshacerse de todo lo que la atormenta antes de dejarlo entrar. A pesar de los nervios que siente cuando su mirada se cruza con la de Siro, más de una vez ha logrado intimidarlo.



Lía está absorta en sus pensamientos cuando escucha que alguien toca la puerta de su habitación: "¡Está abierto!" exclama mientras piensa cuál canción de The Cure es la que está sonando. La puerta no se abre así que decide levantarse y mirar quien es el sordo. Abre la puerta y se encuentra con Siro: "¡Hola!" dice él con energía. "Hola", le responde Lía sosprendida. "¿Querés pasar?" le pregunta después de un incómodo silencio. Siro lo piensa mirándola a los ojos, saca una flor amarilla y le responde: "Si me dejás ayudarte a limpiar debajo de tu cama".



Poco a poco fueron saliendo los objetos y llegando las flores. La caja está llena y los floreros también.

viernes, 15 de febrero de 2008

Cobardía

Él está sentado, como cada viernes, en el borde de la acera de enfrente bajo una de las luces amarillas que iluminan la calle. Con una mirada fija en aquella ventana de cortina blanca parece concentrar todas sus fuerzas en encender la bombilla de la habitación. No pasa nada, no pasa nadie. Él suspira profundo y piensa que tal vez sería más sencillo si esta vez si tirara piedritas hacia su ventana: "No puedo, soy demasiado cobarde", se dice, aludiendo a una serie de acontecimiento ocurridos durante la semana, el lunes compró un ramo de flores pero decidió dejarlo en un banco del parque, el martes contrató un grupo de mariachis pero canceló el servicio dos horas antes de la presentación, el miércoles la llamó un par de veces pero al segundo timbre colgó, el jueves le hizo una pintura en un pliego de papel bond pero al final terminó colgada en el cuarto de su hermanita. Ya era viernes y estaba apunto de lanzar la primera piedrita cuando vio a lo lejos las luces de un carro que se acercaba, se escondió entre los arbustos y vio como ella descendía del vehículo después de darle un apasinado beso al muchacho que iba al volante. Con los ojos llenos de lágrimas y conteniendo un agudo sollozo la vio caminar, bonita como era, con sus largas piernas, su vestido rojo de lunares blancos, su cabello negro y liso a medio coger por una hebilla y su amplia y deslumbrante sonrisa. El carro se alejó y ella, antes de abrir la puerta, se dio vuelta y miró con atención el trozo de pavimento que había acabado de recorrer. Se alejó cuatro pasos de la puerta y se agachó a recoger algo. Él miraba sorprendido como ella había tomado la piedrita que él no pudo lanzar. Ella volvió a la puerta y entró a la casa. El esperó, con el corazón dándole tumbos, la luz en la habitación que había estado mirando durante tanto tiempo. Ella encendió la luz, abrió la cortina y metió la piedrita en un recipiente redondo de vidrio, a medio llenar, de otras piedritas similares, las piedritas que él nunca había sido capaz de tirar. Desde ese día decidió cambiar de ventana, no iba a permitir que alguien coleccionara su cobardía.