Hay que escuchar, no lo que queremos sino lo que nos dicen, y lo que no nos dicen, también.
Se la encontraba varías veces en la semana, 2 o 3, a la misma hora y en el mismo lugar: 5pm, en la parada del bus; esa que quedaba cerca a su trabajo y a la universidad de ella. Lo sabía porque ella no vestía uniforme, no aparentaba tener menos de 18 años, cargaba un morral de colores y en una que otra ocasión la escuchó hablando con alguien acerca de su horario.
Julián la detallaba con atención.
Sabía que bajaba del bus en la panadería blanca, a 8 minutos de dónde se bajaba
él. Que le gustaba la música en inglés, que hablaba duro, que tenía una amiga
pelirroja, que odiaba la clase de Política, que buscaba siempre el puesto de la
ventana, que tenía un tatuaje al lado izquierdo de su espalda y, según lo que
había visto ayer, que le gustaban los cuentos. Cuando llegó a la parada la
encontró con sus audífonos gigantes puestos y sumergida en los Cuentos breves
para leer en el bus.
Se sentó dos bancas detrás de ella. A pesar de no poder ver sus enormes ojos oscuros, se conformó con ver su rostro de perfil mientras miraba por la ventana. Julián se hizo una promesa: el día que la viera de amarillo conversaría con ella.
Muchos días similares transcurrieron, azul, rojo, negro, blanco, verde, violeta, pero ninguno amarillo. Julián la veía, con sus audífonos grandes, su morral de colores y su libro de cuentos, que a veces era de Andrés Caicedo y otras de Carrasquilla. Entendió por fin que no podía quedarse esperando el color y se decidió a hablarle.
Llegó al paradero y se sentó en la banca buscando con nerviosismo qué palabras utilizar. La última información que había recolectado le revelaba que a ella le gustaban los gatos, las pinturas y las sombrillas negras, pero no encontró cómo utilizar lo que sabía sin parecer un acechador. La nena se sentó a su lado, con sus audífonos grandes, su morral de colores y, esta vez, un enorme girasol y una camisa amarilla. Julián dedujo que ya tenía un pretendiente e hizo caso omiso al color.
Desde ese día Julián trabaja hasta un poco más tarde para evitar encontrársela y detectar, tal vez, la presencia de un hombre en su vida. Lástima que no haya visto que la nena le dio las instrucciones para conquistarla: canciones, cuentos y flores.
Se sentó dos bancas detrás de ella. A pesar de no poder ver sus enormes ojos oscuros, se conformó con ver su rostro de perfil mientras miraba por la ventana. Julián se hizo una promesa: el día que la viera de amarillo conversaría con ella.
Muchos días similares transcurrieron, azul, rojo, negro, blanco, verde, violeta, pero ninguno amarillo. Julián la veía, con sus audífonos grandes, su morral de colores y su libro de cuentos, que a veces era de Andrés Caicedo y otras de Carrasquilla. Entendió por fin que no podía quedarse esperando el color y se decidió a hablarle.
Llegó al paradero y se sentó en la banca buscando con nerviosismo qué palabras utilizar. La última información que había recolectado le revelaba que a ella le gustaban los gatos, las pinturas y las sombrillas negras, pero no encontró cómo utilizar lo que sabía sin parecer un acechador. La nena se sentó a su lado, con sus audífonos grandes, su morral de colores y, esta vez, un enorme girasol y una camisa amarilla. Julián dedujo que ya tenía un pretendiente e hizo caso omiso al color.
Desde ese día Julián trabaja hasta un poco más tarde para evitar encontrársela y detectar, tal vez, la presencia de un hombre en su vida. Lástima que no haya visto que la nena le dio las instrucciones para conquistarla: canciones, cuentos y flores.
* Cuento finalista en el 2° Concurso Nacional de Cuento RCN y Ministerio de Educación Nacional
eso pasa por preferir el silencio.
ResponderEliminarSis, encargate de contarle a Julián que los girasoles no siempre provienen de hombres enamorados.
ResponderEliminarNoooooooo, parce que triste y bonito. Pero que rabia también.
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