sábado, 28 de junio de 2008

Dos segundos

Suficientes

Tomó un colectivo en el que viajaba poco y se sentó al lado de la ventana. Tenía treinta minutos para llegar a la panadería acordada para encontrarse con Alejo. Lo esperaba una ruta larga. No se acordaba mucho del recorrido del vehículo, sin embargo estaba seguro de que era el único que lo llevaba, desde su casa, hasta allá. Le compró una gomita en forma de aro al niño que se subió detrás de él en el paradero y les dio una moneda de 200 pesos al par de raperos que, con una grabadora amarilla y una pista interminable, cantaron casi diez minutos. Más que por el mensaje de la letra les dió la moneda porque le dijeron un dato curioso: "Rap quiere decir, revolución artística popular". Con esas palabras Lucho quedó maravillado.

La familiaridad de los barrios por los que pasaba el colectivo era esporádica, salvo cuando ante su ventana desfilaron los edificios que correspondían a la urbanización en la que él siempre había deseado vivir. Ahí se dió cuenta que se encontraba en el barrio de su novia anterior, de la que no sabía nada hace un buen tiempo y por la que todavía sentía un amor profundo. Ante el sentimiento de ansiedad que lo invadió estar de nuevo en ese territorio y al recordar que después del semáforo pasaría justo por la cuadra de la casa de Cristina, se mordió la manga izquierda del saco y de su boca se desprendió sonrisa. El semáforo, indiferente, permanecía en rojo y Lucho se empezó a preguntar si ella se habría cambiado el cabello, si todavía estaría viviendo allí, si conservaba los regalos que él le había dado, si la vería, si ya se había comprado la moto, si estaría de viaje, si estaría comprando el chance, en fin. El colectivo empezó a moverse y Lucho mordió con más fuerza la manga. La cuadra se acercaba y él, a la misma velocidad, giraba su cabeza hacia la derecha procurando no perder ningún detalle del panorama. La cuadra estaba desierta y no había nadie afuera de la casa de reja negra y jardín pequeño en la que vivía Cristina. Volvió su mirada hacia el frente un poco decepcionado. El vehículo aceleró, la luz era ahora amarilla. Lucho tuvo tiempo apenas para reconocer a la muchacha que venía caminando por la acera en dirección a él, pues el colectivo giró a la izquierda. Sonrío y se mordió el labio inferior. Se sintió como un tonto y enrojeció.

Le bastó una imagen de dos segundos para alegrarse. Aún sabiendo que su tiempo con ella se había terminado ya.

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