viernes, 6 de febrero de 2015

Dos (des)conocidos

Era esa corta temporada en la que no salía el sol, aquella en la que los faros permanecían encendidos y los paquetes de velas de los supermercados se agotaban rápidamente.

Eran las tres noches más largas del año, una época esperada por los románticos y por los amantes de la luna, quienes podían contemplarla sin prisa en lo alto del firmamento.

En la primera de esas noches de 24 horas se volvieron a ver. En aquel mágico pueblo llamado Malam se celebraba el festival Bajo las Estrellas, una enorme fiesta en la playa para celebrar las horas de oscuridad.

Entre la multitud sentada a orillas del mar él era el local y ella, la recién llegada. Rodeados de amigos, de música y de cerveza, compartían historias. Él la veía reír, la veía beber de aquella botella de vidrio oscuro. Ella lo miraba mover sus manos para acompañar las historias, lo miraba distanciarse por momentos de la conversación para observar el cielo. Lo miraba mirándola y sus miradas se cruzaban con complicidad durante algunos silencios.

Él la sacó a bailar en medio de los silbidos de sus amigos. Ella sonrió y estiró su mano para aceptar la invitación y seguir el ritmo sobre la arena. Bailaban y se miraban fijamente, reconociéndose. Se reían de ese encuentro inesperado al otro lado del mundo, tan lejos de sus ciudades de origen, a millones de kilómetros de las playas que frecuentaban en sus vacaciones, en medio de un idioma que años atrás ni conocían.

- Has cambiado, ahora bailas - dijo ella.
- Digamos que sigo siendo el mismo pero con habilidades nuevas. Y vos, ¿seguís cambiando? - preguntó él.
- A cada instante - respondió ella.

Las horas de la larga noche siguieron su camino, ellos continuaron la fiesta. Compartieron algunos aventuras de todos estos años en silencio, intercambiaron las historias dibujadas en sus cuerpos, desempolvaron besos y re-colonizaron territorios olvidados.

Durmieron un par de horas, se vieron desnudos y se volvieron a recorrer, desayunaron, caminaron por los parques, comieron, visitaron algunos bares, cenaron, bailaron en la mitad de la calle, rieron como hace tantos años no lo hacían, juntos.

Subieron a la montaña más alta del pueblo y fueron testigos del final de aquellas tres noches, de su noche. El cielo empezaba a aclarar y a pintarse de violeta. Ellos se miraron a los ojos, brindaron en silencio y se besaron por última vez. Su momento era la noche y acababa de terminar, de día siempre serían un par de desconocidos.

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