domingo, 13 de enero de 2008

Agua de florero

Anoche me desperté cuando en mi sueño la gente del barco me obligaba a saltar al mar amenazándome con espadas plateadas. Después de disipar un poco el sueño me acordé que no me había tomado la pastilla diaria de sulfato ferroso para la anemia; a tientas, en medio de la oscuridad total de la habitación lograda gracias a una cortina vinotinto, empecé a buscar con mi mano izquierda el pequeño tarro blanco del medicamento que permanecía sobre mi mesa de noche. Identifiqué la caja de alfileres, el portarretrato, un tubino de hilo y el florero, todo aparentemente en su lugar. Calculé que el sulfato ferroso debería estar al lado del florero, algunos indecisos recorridos de mi mano y obtuve el tarro. Retiré la tapa, el algodón que hay después de toda tapa de tarro de pastillas y finalmente la pequeña píldora que debería entrar en mí con saliva a falta de una fuente cercana de agua. Puse de nuevo el algodón en su lugar, tapé el tarro y estiré la mano para colocarlo sobre la mesa de noche en el lugar que quedara. Mi mano tropezó torpemente con el florero y lo envió directamente al suelo. El florero de pasta quedó intacto y las flores ni se inmutaron, artificiales al fin al cabo.

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