miércoles, 29 de octubre de 2008

Domingo a Color

Después de la ducha matutina Celeste entró en la habitación envuelta en una toalla blanca. Le dio play al disco compacto que Alejandro le regaló la noche anterior y se quedó de pie junto a la grabadora mientras escuchaba su voz recitando uno de los poemas de Benedetti que más le gustaba: "Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad que nos alumbra de modo que si ocurre un desconsuelo es conveniente y hasta imprescindible tener a mano una mujer desnuda". De pie al lado del aparato sintió cómo algunas gotas de agua, antes calientes y ahora aclimatizadas, se resbalaban todavía por su cuello y espalda. "Una mujer desnuda y en lo oscuro genera un resplandor que da confianza, entonces dominguea el almanaque vibran en su rincón las telarañas y los ojos felices y felinos miran y de mirar nunca se cansan". Se dirigió al armario, se paró frente a él y con el índice derecho sobre la boca pensó en qué se pondría para ese domingo tan lleno de luz y tan gris a la vez. "Una mujer desnuda y en lo oscuro es una vocación para las manos, para los labios es casi un destino y para el corazón un despilfarro. Una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo". Dejando escapar una sonrisa pícara que acompañaba a un par de ojos llenos de intención eligió un panty negro de encaje y un top que le hacía juego, se puso un suéter rojo que le quedaba grande y se soltó el cabello. "Una mujer desnuda y en lo oscuro genera una luz propia y nos enciende, el cielo raso se convierte en cielo y es una gloria no ser inocente. Una mujer querida o vislumbrada desbarata por una vez la muerte". Caminó descalza hasta la cocina, hizo chocolate, sirvió dos pocillos y se dirigió a la sala dónde Alejandro leía El Amor en los Tiempos del Cólera sentado en el sillón de tapizado blanco. Le extendió la bebida y se sentó frente a él con las piernas estiradas sobre la mesa de centro. Su piel blanca parecía brillar con la luz que entraba por el ventanal. Una leve brisa le desordenó los rizos rojos que ya se habían secado. Él la contemplaba con una sonrisa en sus ojos verdes mientras los ojos marrones de ella, de cuando en cuando, le devolvían la mirada. Ambos bebieron en silencio escuchando la música de Silvio Rodríguez que salía en murmullos de la habitación. Alejandro se sentó al lado de Celeste y una de sus manos empezó a recorrerla, sin prisa. A medida que su tacto colonizaba aquella figura femenina las paredes blancas del apartamento cambiaban de color. Empezando en la punta del pie y subiendo por la pantorrilla la sala se tornó amarilla; en el camino hasta el ombligo el amarillo mutó a naranja y cuando los juguetones dedos de Alejandro se detuvieron en el abdomen, la pintura se había vuelto roja. Jugando con los senos el color era púrpura y del cuello a la cara el espacio se hizo azul. Descendiendo por la espalda Celeste se estremeció y soltó una carcajada y la pared cambió a verde-azul. En la redondez de sus caderas la sala se hizo verde hasta que volvió al amarillo inicial cuando los dedos juguetones retornaron a la punta del pie. Ese domingo de cielo gris se convirtió en un lienzo. Por fortuna.

2 comentarios:

  1. No no se vale. Uno no hace eso. Es como cuando le dicen ey, sabes que?, no mejor no! Da rabia!

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  2. Aguántate 9 diitas Monic!

    Jenn

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